Hola amigos, feliz cuaresma 2013 y que tengan una buena semana de vacaciones; ya tenia mucho tiempo de no subir temas en mi blog, pero después de este tiempo sabático les prometo que cuidare mas del blog con nuevos temas interesantes y algunas sorpresas nuevas.
Ahora, les dejo con este evangelio apócrifo estos son los escritos antiguos que no entraron en la Biblia por que se cree que no tienen "inspiración" divina, pero decidan ustedes su contenido.
Gracias
1. Y José, levantándose, dijo a Anás y a Caifás:
Razón tenéis para admiraros, al saber que Jesús ha sido visto resucitado y
ascendiendo al empíreo. Pero aún os sorprenderéis más de que no sólo haya
resucitado, sino de que haya sacado del sepulcro a muchos otros muertos, a
quienes gran número de personas han visto en Jerusalén.
2. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que
aquel bienaventurado Gran Sacerdote, que se llamó Simeón, recibió en sus manos,
en el templo, a Jesús niño. Y Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y de
madre, y todos hemos presenciado su fallecimiento y asistido a su entierro.
Pues id a ver sus tumbas, y las hallaréis abiertas, porque los hijos de Simeón
se hallan en la villa de Arimatea, viviendo en oración. A veces se oyen sus
gritos, mas no hablan a nadie, y permanecen silenciosos como muertos. Vayamos
hacia ellos, y tratémoslos con la mayor amabilidad. Y, si con suave insistencia
los interrogamos, quizá nos hablen del misterio de la resurrección de Jesús.
3. A cuyas palabras todos se regocijaron, y
Anás, Caifás, Nicodemo, José y Gamaliel, yendo a los sepulcros, no encontraron
a los muertos, pero, yendo a Arimatea, los encontraron arrodillados allí.
4. Y los abrazaron con sumo respeto y en el
temor de Dios, y los condujeron a la Sinagoga de Jerusalén.
5. Y, no bien las puertas se cerraron, tomaron
el libro santo, lo pusieron en sus manos, y los conjuraron por el Dios Adonaí,
Señor de Israel, que ha hablado por la Ley y por los profetas, diciendo: Si
sabéis quién es el que os ha resucitado de entre los muertos, decidnos cómo
habéis sido resucitados.
6. Al oír esta adjuración, Carino y Leucio
sintieron estremecerse sus cuerpos, y, temblorosos y emocionados, gimieron
desde el fondo de su corazon.
7. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la
señal de la cruz sobre su lengua.
8. Y, en seguida, hablaron, diciendo: Dadnos
resmas de papel, a fin de que escribamos lo que hemos visto y oído.
9. Y, habiéndoselas dado, se sentaron, y cada
uno de ellos escribió lo que sigue.
Carino y Leucio comienzan su relato
XVIII 1. Jesucristo, Señor Dios, vida y
resurrección de muertos, permítenos enunciar los misterios por la muerte de tu
cruz, puesto que hemos sido conjurados por ti.
2. Tú has ordenado no referir a nadie los
secretos de tu majestad divina, tales como los has manifestado en los infiernos.
3. Cuando estábamos con nuestros padres,
colocados en el fondo de las tinieblas, un brillo real nos iluminó de súbito, y
nos vimos envueltos por un resplandor dorado como el del sol.
4. Y, al contemplar esto, Adán, el padre de todo
el género humano, estalló de gozo, así como todos los patriarcas y todos los
profetas, los cuales clamaron a una: Esta luz es el autor mismo de la luz, que
nos ha prometido transmitirnos una luz que no tendrá ni desmayos ni término.
Isaías con/irma uno de sus vaticinios
XIX 1. Y el profeta Isaías exclamó: Es la luz
del Padre, el Hijo de Dios, como yo predije, estando en tierras de vivos: en la
tierra de Zabulón y en la tierra de Nephtalim. Más allá del Jordán, el pueblo
que estaba sentado en las tinieblas, vería una gran luz, y esta luz brillaría sobre
los que estaban en la región de la muerte. Y ahora ha llegado, y ha brillado
para nosotros, que en la muerte estábamos.
2. Y, como sintiésemos inmenso júbilo ante la
luz que nos había esclarecido, Simeón, nuestro padre, se aproximó a nosotros,
y, lleno de alegría, dijo a todos: Glorificad al Señor Jesucristo, que es el
Hijo de Dios, porque yo lo tuve recién nacido en mis manos en el templo e,
inspirado por el Espíritu Santo, lo glorifiqué y dije: Mis ojos han visto ahora
la salud que has preparado en presencia de todos los pueblos, la luz para la
revelación de las naciones, y la gloria de tu pueblo de Israel.
3. Al oír tales cosas, toda la multitud de los
santos se alborozó en gran manera.
4. Y, en seguida, sobrevino un hombre, que
parecía un ermitaño. Y, como todos le preguntasen quién era, respondió: Soy
Juan, el oráculo y el profeta del Altísimo, el que precedió a su advenimiento
al mundo, a fin de preparar sus caminos, y de dar la ciencia de la salvación a
su pueblo para la remisión de los pecados. Y, viéndolo llegar hacia mí, me
sentí poseído por el Espíritu Santo, y le dije: He aquí el Cordero de Dios, que
quita los pecados del mundo. Y lo bauticé en el río del Jordán, y vi al
Espíritu Santo descender sobre él bajo la figura de una paloma. Y oí una voz de
los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis
complacencias, y a quien debéis escuchar. Y ahora, después de haber precedido a
su advenimiento, he descendido hasta vosotros, para anunciaros que, dentro de
poco, el mismo Hijo de Dios, levantándose de lo alto, vendrá a visitarnos, a
nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.
La profecía hecha por el arcángel Miguel a Seth
XX 1. Y, cuando el padre Adán, el primer
formado, oyó lo que Juan dijo de haber sido Jesús bautizado en el Jordán,
exclamó, hablando a su hijo Seth: Cuenta a tus hijos, los patriarcas y los
profetas, todo lo que oíste del arcángel Miguel, cuando, estando yo enfermo, te
envié a las puertas del Paraíso, para que el Señor permitiese que su ángel
diera aceite del árbol de la misericordia, que ungiese mi cuerpo.
2. Entonces Seth, aproximándose a los patriarcas
y a los profetas, expuso: Me hallaba yo, Seth, en oración delante del Señor, a
las puertas del Paraíso, y he aquí que Miguel, el numen de Dios, me apareció, y
me dijo: He sido enviado a ti por el Señor, y presido sobre el cuerpo humano. Y
te declaro, Seth, que es inútil pidas y ruegues con lágrimas el aceite del
árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán, y para que cesen los
sufrimientos de su cuerpo. Porque de ningún modo podrás recibir ese aceite
hasta los días postrimeros, cuando se hayan cumplido cinco mil años. Entonces,
el Hijo de Dios, lleno de amor, vendrá a la tierra, y resucitará el cuerpo de
Adán, y al mismo tiempo resucitará los cuerpos de los muertos. Y, a su venida,
será bautizado en el Jordán, y, una vez haya salido del agua, ungirá con el
aceite de su misericordia a todos los que crean en él, y el aceite de su
misericordia será para los que deban nacer del agua y del Espíritu Santo para
la vida eterna. Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno de amor, y
descendido a la tierra, introducirá a tu padre Adán en el Paraíso y lo pondrá
junto al árbol de la misericordia.
3. Y, al oír lo que decía Seth, todos los
patriarcas y todos los profetas se henchieron de dicha.
Discusión entre Satanás y la Furia en los
infiernos
XXI 1. Y, mientras todos los padres antiguos se
regocijaban, he aquí que Satanás, príncipe y jefe de la muerte, dijo a la
Furia: prepárate a recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el Cristo y el
Hijo de Dios, y que es un hombre temerosísimo de la muerte, puesto que yo mismo
lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte. Y entonces comprendí que
tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió: Hermano, aprestémonos, tanto tú
como yo, para el mal día. Fortifiquemos este lugar, para poder retener aquí
prisionero al llamado Jesús que, al decir de Juan y de los profetas, debe venir
a expulsarnos de aquí. Porque ese hombre me ha causado muchos males en la
tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y despojándome de multitud de
recursos. A los que yo había matado, él les devolvió la vida. Aquellos a
quienes yo había desarticulado los miembros, él los enderezó por su sola
palabra, y les ordenó que llevasen su lecho sobre los hombros. Hubo otros que
yo había visto ciegos y privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba, al
verlos quebrarse la cabeza contra los muros, y arrojarse al agua, y caer, al
tropezar en los atascaderos, y he aquí que este hombre, venido de no sé dónde,
y, haciendo todo lo contrario de lo que yo hacía, les devolvía la vista por sus
palabras. Ordenó a un ciego de nacimiento que lavase sus ojos con agua y con
barro en la fuente de Siloé, y aquel ciego recobró la vista. Y, no sabiendo a
qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis servidores, y me alejé de Jesús.
Y, habiendo encontrado a un joven, entré en él, y moré en su cuerpo. Ignoro
cómo Jesús lo supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó
la orden de salir. Y, habiendo salido, y no sabiendo dónde entrar, le pedí
permiso para meterme en unos puercos, lo que hice, y los estrangulé.
3. Y la Furia, respondiendo a Satanás, dijo:
¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que, sin embargo, teme la muerte? Porque
todos los poderosos de la tierra quedan sujetos a mi poder desde el momento en
que tú me los traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú eres tan poderoso,
¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se opone a ti? Si hasta tal punto
es poderoso en su humanidad, en verdad te digo que es todopoderoso en su
divinidad, y que nadie podrá resistir a su poder. Y, cuando dijo que temía la
muerte, quiso engañarte, y constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás, el príncipe de la muerte,
respondió y dijo: ¿Por qué vacilas en aprisionar a ese Jesús, adversario de ti
tanto como de mí? Porque yo lo he tentado, y he excitado contra él a mi antiguo
pueblo judío, excitando el odio y la cólera de éste. Y he aguzado la lanza de
la persecución. Y he hecho preparar madera para crucificarlo, y clavos para
atravesar sus manos y sus pies. Y le he dado a beber hiel mezclada con vinagre.
Y su muerte está próxima, y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia respondió, y dijo: Me has
informado de que él es quien me ha arrancado los muertos. Muchos están aquí,
que retengo, y, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra, muchos me han
arrebatado muertos, no por su propio poder, sino por las plegarias que
dirigieron a su Dios todopoderoso, que fue quien verdaderamente me los llevó.
¿Quién es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es
quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido
hacía cuatro días, lleno de podredumbre y en disolución, y a quien yo retenía
como difunto?
6. Y Satanás, el príncipe de la muerte,
respondió y dijo: Ese mismo Jesús es.
7. Y, al oírlo, la Furia repuso: Yo te conjuro,
por tu poder y por el mío, que no lo traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré
de la fuerza de su palabra, temblé, me espanté y, al mismo tiempo, todos mis
ministros impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener a Lázaro, el
cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad del águila, salió de entre
nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de vida se la
devolvió. Por donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas tales,
es el Dios fuerte en su imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador de
ésta, y, si le traes hacia mí, libertará a todos los que aquí retengo en el
rigor de la prisión, y encadenados por los lazos no rotos de sus pecados y, por
virtud de su divinidad, los conducirá a la vida que debe durar tanto como la
eternidad.
Entrada triunfal de Jesús en los infiernos
XXII 1. Y, mientras Satanás y la Furia así
hablaban, se oyó una voz como un trueno, que decía: Abrid vuestras puertas,
vosotros, príncipes. Abríos, puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere
entrar.
2. Y la Furia, oyendo la voz, dijo a Satanás:
Anda, sal, y pelea contra él. Y Satanás salió.
3. Entonces la Furia dijo a sus demonios: Cerrad
las grandes puertas de bronce, cerrad los grandes cerrojos de hierro, cerrad
con llave las grandes cerraduras, y poneos todos de centinela, porque, si este
hombre entra, estamos todos perdidos.
4. Y, oyendo estas grandes voces, los santos
antiguos exclamaron: Devoradora e insaciable Furia, abre al Rey de la Gloria,
al hijo de David, al profetizado por Moisés y por Isaías.
5. Y otra vez se oyó la voz de trueno que decía:
Abrid vuestras puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere entrar.
6. Y la Furia gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey
de la Gloria? Y los ángeles de Dios contestaron: El Señor poderoso y vencedor.
7. Y, en el acto, las grandes puertas de bronce
volaron en mil pedazos, y los que la muerte había tenido encadenados se levantaron.
8. Y el Rey de la Gloria entró en figura de
hombre, y todas las cuevas de la Furia quedaron iluminadas.
9. Y rompió los lazos, que hasta entonces no
habían sido quebrantados, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a
nosotros, que estábamos sentados en las profundidades de las tinieblas de
nuestras faltas y en la sombra de la muerte de nuestros pecados.
Espanto de las potestades infernalesante la
presencia de Jesús
XXIII 1. Al ver aquello, los dos príncipes de la
muerte y del infierno, sus impíos oficiales y sus crueles ministros quedaron
sobrecogidos de espanto en sus propios reinos, cual si no pudiesen resistir la
deslumbradora claridad de tan viva luz, y la presencia del Cristo, establecido
de súbito en sus moradas.
2. Y exclamaron con rabia impotente: Nos has
vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién
eres tú, tan pequeño y tan grande, tan humilde y tan elevado, soldado y
general, combatiente admirable bajo la forma de un esclavo, Rey de la Gloria
muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu sepulcro has descendido hasta
nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura, y han sido
conmovidos todos los astros, y que ahora permaneces libre entre los muertos, y
turbas a nuestras legiones? ¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que
inundas de luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas de sus
pecados?
3. Y todas las legiones de los demonios,
sobrecogidos por igual terror, gritaban en el mismo tono, con sumisión temerosa
y con voz unánime, diciendo: ¿De dónde eres, Jesús, hombre tan potente, tan
luminoso, de majestad tan alta, libre de tacha y puro de crimen? Porque este
mundo terrestre que hasta el día nos ha estado siempre sometido, y que nos
pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha enviado un muerto
tal como tú, ni destinado semejantes presentes a los infiernos. ¿Quién, pues,
eres tú, que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que
no solamente no temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar
a los que retenemos en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien
Satanás, nuestro príncipe, decía que, por su suplicio en la cruz, recibiría un
poder sin límites sobre el mundo entero.
4. Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en
su majestad a la muerte bajo sus pies, y tomando a nuestro primer padre, privó
a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la claridad de su luz.
Imprecaciones acusadoras de la Furiacontra
Satanás
XXIV 1. Y la Furia, bramando, aullando y
abrumando a Satanás con violentos reproches, le dijo: Belzebú, príncipe de
condenación, jefe de destrucción, irrisión de los ángeles de Dios, ¿qué has
querido hacer? ¿Has querido crucificar al Rey de la Gloria, sobre cuya ruina y
sobre cuya muerte nos habías prometido tan grandes despojos? ¿Ignoras cuán
locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa, por el resplandor
de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las
profundidades de las más sólidas prisiones, libertando a los cautivos, y
rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían
bajo nuestros tormentos nos insultan, y nos acribillan con sus imprecaciones.
Nuestros imperios y nuestros reinos han quedado vencidos, y no sólo no
inspiramos ya terror a la raza humana, sino que, al contrario, nos amenazan y
nos injurian aquellos que, muertos, jamás habían podido mostrar soberbia ante
nosotros, ni jamás habían podido experimentar un momento de alegría durante su
cautividad. Príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos, ¿qué
has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente,
habían desesperado de su vida y de su salvación no dejan oír ya sus gemidos. No
resuena ninguna de sus quejas clamorosas, ni se advierte el menor vestigio de
lágrimas sobre la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves
de los infiernos, has perdido por la cruz las riquezas que habías adquirido por
la prevaricación y por la pérdida del Paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y,
al poner en la cruz a ese Cristo, Jesús, Rey de la Gloria, has obrado contra ti
y contra mí. Sabe para en adelante cuántos tormentos eternos y cuántos
suplicios infinitos te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término.
Luzbel, monarca de todos los perversos, autor de la muerte y fuente del
orgullo, antes que nada hubieras debido buscar un reproche justiciero que
dirigir a Jesús. Y, si no encontrabas en él falta alguna, ¿por qué, sin razón,
has osado crucificarlo injustamente, y traer a nuestra región al inocente y al
justo, tú, que has perdido a los malos, a los impíos y a los injustos del mundo
entero?
2. Y, cuando la Furia acabó de hablar así a
Satanás, el Rey de la Gloria dijo a la primera: El príncipe Satanás quedará
bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus hijos,
que me son justos.
Jesús toma a Adán baj.o su protección y los
antiguos profetas cantan su triunfo
XXV 1. Y el Señor extendió su mano, y dijo:
Venid a mí, todos mis santos, hechos a mi imagen y a mi semejanza. Vosotros,
que habéis sido condenados por el madero, por el diablo y por la muerte, veréis
a la muerte y al diablo condenados por el madero.
2. Y, en seguida, todos los santos se reunieron
bajo la mano del Señor. Y el Señor, tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a
todos tus hijos, mis justos.
3. Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a
los pies del Señor, y dijo en voz alta: Señor, te glorificaré, porque me has
acogido, y no has permitido que mis enemigos triunfasen sobre mí para siempre.
Hacia ti clamé, y me has curado, Señor. Has sacado mi alma de los infiernos, y
me has salvado, no dejándome con los que descienden al abismo. Cantad las
alabanzas del Señor, todos los que sois santos, y confesad su santidad. Porque
la cólera está en su indignación, y en su voluntad está la vida.
4. Y asimismo todos los santos de Dios se
prosternaron a los pies del Señor, y dijeron con voz unánime: Has llegado, al
fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que habías predicho por la ley y por
tus profetas. Has rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la
cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y de la
muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el
cielo, y has elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de
igual modo, Señor, coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a
fin de que la muerte no domine más.
5. Y el Señor, extendiendo su mano, hizo la
señal de la cruz sobre Adán y sobre todos sus santos. Y, tomando la mano
derecha de Adán, se levantó de los infiernos, y todos los santos lo siguieron.
6. Entonces el profeta David exclamó con
enérgico tono: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho cosas
admirables. Su mano derecha y su brazo nos han salvado. El Señor ha hecho
conocer su salud, y ha revelado su justicia en presencia de todas las naciones.
7. Y toda la multitud de los santos respondió,
diciendo: Esta gloria es para todos los santos. Así sea. Alabad a Dios.
8. Y entonces el profeta Habacuc exclamó,
diciendo: Has venido para la salvación de tu pueblo, y para la liberación de
tus elegidos.
9. Y todos los santos respondieron, diciendo:
Bendito el que viene en nombre del Señor, y nos ilumina.
10. Igualmente el profeta Miqueas exclamé,
diciendo: ¿Qué Dios hay como tú, Señor, que desvaneces las iniquidades, y que
borras los pecados? Y ahora contienes el testimonio de tu cólera. Y te inclinas
más a la misericordia. Has tenido piedad de nosotros, y nos has absuelto de
nuestros pecados, y has sumido todas nuestras iniquidades en el abismo de la
muerte, según que habías jurado a nuestros padres en los días antiguos.
11. Y todos los santos respondieron, diciendo:
Es nuestro Dios para siempre, por los siglos de los siglos, y durante todos
ellos nos regirá. Así sea. Alabad a Dios.
12. Y los demás profetas recitaron también
pasajes de sus viejos cánticos, consagrados a alabar a Dios. Y todos los santos
hicieron lo mismo.
Llegada de los santos antiguos al Paraíso y su
encuentro con Enoch y con Elías
XXVI 1. Y el Señor, tomando a Adán por la mano,
lo puso en las del arcángel Miguel, al cual siguieron asimismo todos los santos.
2. Y los introdujo a todos en la gracia gloriosa
del Paraíso, y dos hombres, en gran manera ancianos, se presentaron ante ellos.
3. Y los santos los interrogaron, diciendo:
¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado en los infiernos con nosotros, y
que habéis sido traídos corporalmente al Paraíso?
4. Y uno de ellos repuso: Yo soy Enoch, que he
sido transportado aquí por orden del Señor. Y el que está conmigo es Elías, el
Tesbita, que fue arrebatado por un carro de fuego. Hasta hoy no hemos gustado
la muerte, pero estamos reservados para el advenimiento del Anticristo, armados
con enseñas divinas, y pródigamente preparados para combatir contra él, para
darle muerte en Jerusalén, y para, al cabo de tres días y medio, ser de nuevo
elevados vivos en las nubes.
Llegada del buen ladrón al Paraíso
XXVII 1. Y mientras Enoch y Elías así hablaban,
he aquí que sobrevino un hombre muy miserable, que llevaba sobre sus espaldas
el signo de la cruz.
2. Y, al verlo, todos los santos le preguntaron:
¿Quién eres? Tu aspecto es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas el
signo de la cruz sobre tus espaldas?
3. Y él, respondiéndoles, dijo: Con verdad
habláis, porque yo he sido un ladrón, y he cometido crímenes en la tierra. Y
los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las maravillas que se realizaron por
la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de todas las criaturas, y el
rey todopoderoso, y le rogué, exclamando: Señor, acuérdate de mí, cuando estés
en tu reino. Y, acto seguido, accediendo a mi súplica, contestó: En verdad te
digo que hoy serás conmigo en el Paraíso. Y me dio este signo de la cruz,
advirtiéndome: Entra en el Paraíso llevando esto, y, si su ángel guardián no
quiere dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz, y dile: Es Jesucristo, el
hijo de Dios, que está crucificado ahora, quien me ha enviado a ti. Y repetí
estas cosas al ángel guardián, que, al oírmelas, me abrió presto, me hizo
entrar, y me colocó a la derecha del Paraíso, diciendo: Espera un poco, que
pronto Adán, el padre de todo el género humano, entrará con todos sus hijos,
los santos y los justos del Cristo, el Señor crucificado.
4. Y, cuando hubieron escuchado estas palabras
del ladrón, todos los patriarcas, con voz unánime, clamaron: Bendito sea el
Señor todopoderoso, padre de las misericordias y de los bienes eternos, que ha
concedido tal gracia a los pecadores, y que los ha introducido en la gloria del
Paraíso, y en los campos fértiles en que reside la verdadera vida espiritual.
Así sea.
Carino y Leucio concluyen su relato
XXVIII 1. Tales son los misterios divinos y
sagrados que oímos y vivimos, nosotros, Carino y Leucio.
2. Mas no nos está permitido proseguir, y contar
los demás misterios de Dios, como el arcángel Miguel los declaró altamente,
diciéndonos: Id con vuestros hermanos a Jerusalén, y permaneced en oración,
bendiciendo y glorificando la resurrección del Señor Jesucristo, vosotros a
quienes él ha resucitado de entre los muertos. No habléis con ningún nacido, y
permaneced como mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor os permita
referir los misterios de su divinidad.
3. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá
del Jordán, donde están varios, que han resucitado con nosotros en testimonio
de la resurrección del Cristo. Porque hace tres días solamente que se nos
permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos, celebrar en Jerusalén
la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de la resurrección
del Cristo, y hemos sido bautizados en el santo río del Jordán, recibiendo
todos ropas blancas.
4. Y, después de los tres días de la celebración
de la Pascua, todos los que habían resucitado con nosotros fueron arrebatados
por nubes. Y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos por nadie.
5. Estas son las cosas que el Señor nos ha
ordenado referiros. Alabadlo, confesadlo y haced penitencia, a fin de que os
trate con piedad. Paz a vosotros en el Señor Dios Jesucristo, Salvador de todos
los hombres. Amén.
6. Y, no bien hubieron terminado de escribir
todas estas cosas sobre resmas separadas de papel, se levantaron. Y Carino puso
lo que había escrito en manos de Anás, de Caifás y de Gamaliel. E igualmente
Leucio dio su manuscrito a José y a Nicodemo.
7. Y, de súbito, quedaron transfigurados, y
aparecieron cubiertos de vestidos de una blancura deslumbradora, y no se los
vio más.
8. Y se encontró ser sus escritos exactamente
iguales en extensión y en dicción, sin que hubiese entre ellos una letra de
diferencia.
9. Y toda la Sinagoga quedó en extremo
sorprendida, al ter aquellos discursos admirables de Carino y de Leucio. Y los
judíos se decían los unos a los otros: Verdaderamente es Dios quien ha hecho
todas estas cosas, y bendito sea el Señor Jesús por los siglos de los siglos.
Amén.
10. Y salieron todos de la Sinagoga con gran
inquietud, temor y temblor, dándose golpes de pecho, y cada cual se retiró a su
casa.
11. Y José y Nicodemo contaron todo lo ocurrido
al gobernador, y Pilato escribió cuanto los judíos habían dicho tocante a
Jesús, y puso todas aquellas palabras en los registros públicos de su Pretorio.
Pilatos en el templo
XXIX 1. Después de esto, Pilatos, habiendo
entrado en el templo de los judíos, congregó a todos los príncipes de los
sacerdotes, a los escribas y a los doctores de la ley.
2. Y penetró con ellos en el santuario, y ordenó
que se cerrasen todas las puertas, y les dijo: He sabido que poseéis en este
templo una gran colección de libros, y os mando que me los mostréis.
3. Y, cuando cuatro de los ministros del templo
hubieron aportado aquellos libros adornados con oro y con piedras preciosas,
Pilatos dijo a todos: Por el Dios vuestro Padre, que ha hecho y ordenado que
este templo fuera construido, os conjuro a que no me ocultéis la verdad. Sabéis
todos vosotros lo que en estos libros está escrito. Pues ahora manifestadme si
encontráis en las Escrituras que ese Jesús, a quien habéis crucificado, es el
Hijo de Dios, que debía venir para la salvación del género humano, y explicadme
cuántos años debían transcurrir hasta su venida.
4. Así apretados por el gobernador, Anás y
Caifás hicieron salir de allí a los demás, que estaban con ellos, y ellos
mismos cerraron todas las puertas del templo y del santuario, y dijeron a
Pilatos: Nos pides, invocando la edificación del templo, que te manifestemos la
verdad, y que te demos razón de los misterios. Ahora bien: luego que hubimos
crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios, y pensando que hacía
milagros por arte de encantamiento, celebramos una gran asamblea en este mismo
lugar. Y, consultando entre nosotros sobre las maravillas que había realizado
Jesús, hemos encontrado muchos testigos de nuestra raza, que nos han asegurado
haberlo visto vivo después de la pasión de su muerte. Hasta hemos hallado dos
testigos de que Jesús había resucitado cuerpos de muertos. Y hemos tenido en
nuestras manos el relato por escrito de los grandes prodigios cumplidos por
Jesús entre esos difuntos. Y es nuestra costumbre que cada año, al abrir los
libros sagrados ante nuestra Sinagoga, busquemos el testimonio de Dios. Y, en
el primer libro de los Setenta, donde el arcángel Miguel habla al tercer hijo
de Adán, encontramos mención de los cinco mil años que debían transcurrir hasta
que descendiese del cielo el Cristo, el Hijo bien amado de Dios, y consideramos
que el Señor de Israel dijo a Moisés: Haz un arca de alianza de dos codos y
medio de largo, de codo y medio de alto, y de codo y medio de ancho. En estos
cinco codos y medio hemos comprendido y adivinado el simbolismo de la fábrica
del arca del Antiguo Testamento, simbolismo significativo de que, al cabo de
cinco millares y medio de años, Jesucristo debía venir al mundo en el arca de
su cuerpo, y de que, conforme al testimonio de nuestras Escrituras, es el Hijo
de Dios y el Señor de Israel. Porque, después de su pasión, nosotros, príncipes
de los sacerdotes, presa de asombro ante los milagros que se operaron a causa
de él, hemos abierto estos libros, y examinado todas las generaciones hasta la
generación de José y de María, madre de Jesús. Y, pensando que era de la raza
de David, hemos encontrado lo que ha cumplido el Señor. Y, desde que creó el
cielo, la tierra y el hombre, hasta el diluvio, transcurrieron dos mil doscientos
doce años. Y, desde el diluvio hasta Abraham, novecientos doce años. Y, desde
Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años. Y, desde Moisés hasta David,
quinientos diez años. Y, desde David hasta la cautividad de Babilonia,
quinientos años. Y, desde la cautividad de Babilonia hasta la encarnación de
Jesucristo, cuatrocientos años. Los cuales forman en conjunto cinco millares y
medio de años. Y así resulta que Jesús, a quien hemos crucificado, es el
verdadero Cristo, hijo del Dios omnipotente.
Primera carta de Pilatos a Tiberio
Carta de Pilatos al emperador
XXX 1. Poncio Pilatos a Claudio Tiberio César,
salud.
2. Por este escrito mío sabrás que sobre
Jerusalén han recaído maravillas tales como jamás se vieran.
3. Los judíos, por envidia a un profeta suyo,
llamado Jesús, lo han condenado y castigado cruelísimamente, a pesar de ser un
varón piadoso y sincero, a quien sus discípulos tenían por Dios.
4. Lo había dado a luz una virgen, y las
tradiciones judías habían vaticinado que sería rey de su pueblo.
5. Devolvía la vista a los ciegos, limpiaba a
los leprosos, hacía andar a los paralíticos, expulsaba a los demonios del
interior de los posesos, resucitaba a los muertos, imperaba sobre los vientos y
sobre las tempestades, caminaba por encima de las ondas del mar, y realizaba
tantas y tales maravillas que, aunque el pueblo lo llamaba Hijo de Dios, los
príncipes de los judíos, envidiosos de su poder, lo prendieron, me lo
entregaron, y, para perderlo, mintieron ante mí, diciéndome que era un mago, que
violaba el sábado, y que obraba contra su ley.
6. Y yo, mal informado y peor aconsejado, les
creí, hice azotar a Jesús y lo dejé a su discreción.
7. Y ellos lo crucificaron, lo sepultaron, y
pusieron en su tumba, para custodiarlo, soldados que me pidieron.
8. Empero, al tercer día resucitó, escapando a
la muerte.
9. Y, al conocer prodigio tamaño, los príncipes
de los judíos dieron dinero a los guardias, advirtiéndole: Decid que sus
discípulos vinieron al sepulcro, y robaron su cuerpo.
10. Mas, no bien hubieron recibido el dinero,
los guardias no pudieron ocultar mucho tiempo la verdad, y me la revelaron.
11. Y yo te la transmito, para que abiertamente
la conozcas, y para que no ignores que los príncipes de los judíos han mentido.
Fuente: Edmundo González Blanco. Evangelios
Apócrifos.
Transcrito: Cristobal AGuilar.